Horacio Quiroga: una fuerte dosis de haschich Experiencia, drogas y autoficción
Palabras clave:
Quiroga, Droga, Escritura, Experiencia, AutoficciónResumen
El artículo propone un abordaje a “El haschich” de Horacio Quiroga. Inscripto a lo que se podría denominar como la serie de los “cuentos de la droga”[1] (junto a “El infierno artificial”), en este relato la búsqueda de estados alterados se cruza o se traspasa, establece porosidades, con un determinado modo de concebir la escritura como fijación de la experiencia. De esta forma, se produce una aleación que oscila entre la fría objetividad del positivismo científico y la primera persona del registro de cuño autoficcional. Desplazados injustamente a los bordes del corpus narrativo del autor, estos cuentos trasuntan tramos experienciales significativos de su periplo vital, ubicados contextualmente hacia los albores del novecientos, en el marco de las tertulias celebradas por el Consistorio del Gay Saber.
[1] En una carta a su amigo Lasplaces recogida por Pablo Rocca (1996), Horacio Quiroga utiliza el término “cuentos de alucinación” para referirse a aquellos relatos en los que interviene algún tipo de experiencia con estupefacientes: “He querido darme cuenta de unos cuantos paraísos artificiales, pasando sobre ellos una vez informado. No pruebo jamás alcohol, ni lo he hecho nunca. Lo que puede haber en algunos cuentos de alucinación, es simple cuestión de adentro […]” (18-19). No obstante, la expresión no ha sido acuñada para el presente trabajo por envolver una cierta ambigüedad: la alucinación, en rigor, es una sensación subjetiva más compleja, que desborda el consumo de tal o cual sustancia. Por otra parte, el cuento “Una estación de amor” (1912), ha quedado al margen del corpus por considerar que, más allá de la presencia de personajes morfinómanos –más bien trabajados desde la valoración moralizante–, el hilo argumental tiende a gravitar sobre otros tópicos, en particular el del amor.